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    La diversificación en las inversiones, por Leopoldo Abadía

    Aizkibel Rojo | febrero 4, 2020 | 0

    Por Leopoldo Abadía

     

    Mi amigo de San Quirico tiene una mala experiencia. Me la cuenta mientras desayunamos en el bar de siempre. Y, como siempre, lo hace en voz un poco alta, con lo que las palabras ‘inversión’, ‘diversificación’, ‘riesgo’ y ‘cesta’ son seguidas en un respetuoso silencio por los que están en otras mesas y por los camareros, que vigilan que no nos quedemos sin servilletas donde tomar notas.

    Un amigo suyo montó un negocio. Tenía buen aspecto -el negocio- y el amigo era honrado. Un poco fantasmón, pero honrado. A veces confundía los deseos y los planes con la realidad y pensaba que todo lo que escribía se iba a cumplir exactamente.

    Mi amigo descubrió aquello de que ‘el papel lo aguanta todo’, cuando, después de hacer una inversión importante en el negocio de su amigo se encontró con que los resultados previstos no se conseguían y eran sustituidos por explicaciones. «Esto ha pasado porque…»; «la culpa es de…»; etc.

    La inversión era importante. «Muy importante. Importantísima». No por el montante total sino por el porcentaje que aquella cantidad representaba sobre la cantidad que mi amigo estaba en condiciones de invertir. «Prácticamente todo», me dijo. 

    Echo disimuladamente una mirada a los de otras mesas del bar donde desayunamos  y veo que, con cara triste, hacen gestos negativos con la cabeza como diciendo: «¿a quién se le ocurre poner todos los huevos en la misma cesta?»

    Pues sí, eso pasa de vez en cuando. Entusiasmados, medio engañados, en un rasgo de credibilidad al que nos recomienda una inversión, va y metemos todo allí, sin ‘mezclar’ la ‘inversión maravillosa con otras quizá menos maravillosas, pero que permitirían compensar las posibles pérdidas de una con los posibles beneficios de otras.   

    Mientras mi amigo habla, me distraigo y me acuerdo de una empresa en la que estuve de consejero. Fabricábamos grandes bienes de equipo y decidimos diversificar. Conseguimos la franquicia de una cadena de hamburgueserías, abrimos tres en Madrid, nos lanzamos con todo nuestro entusiasmo y…nos fue mal. El consejero responsable de esa diversificación lo resumió en la reunión del Consejo en la que decidimos cerrar: «fabricamos hamburguesas como quien fabrica calderas, que es lo único que sabemos hacer».

    Vuelvo a la realidad y, uniendo la experiencia de mi amigo con la mía, nos dedicamos a pensar qué criterios deberíamos seguir para diversificar bien, porque los dos pensamos que los fracasos no son debidos a la diversificación en sí, sino, como todo, a no hacerla bien. En ese momento veo que los vecinos de las otras mesas sacan sus bolígrafos y cogen servilletas. 

    Como es natural, primero debería ver con quién estoy tratando, para evitar la triste experiencia de mi amigo. 

    Después, exigiría que las inversiones no estuviesen correlacionadas. No vaya a ser que, a fuerza de diversificar en el mismo tipo de empresas, una vaya mal y las demás también. No hay que olvidar que el objetivo de la diversificación es que si la cesta se rompe, no se rompan TODOS los huevos a la vez. Esto es la «Diversificación sectorial», basada en prudencia y sentido común, como se le podría ocurrir a alguien normal, antes de que lo dijera Harry Markowitz, premio Nóbel de Economía en 1990.

    En la misma compañía de las calderas y las hamburguesas, de la que he hablado antes, sin desmoralizarnos por el fracaso, intentamos hacer una diversificación en una compañía que estaba en sus inicios. Dos hombres jóvenes, a quienes yo conocía del Master del IESE, estaban buscando capital para lanzar una empresa financiera. Les conocía bien. Sabía que eran competentes y muy buenas personas. Presenté la posibilidad de hacer una inversión allí y decidimos en el Consejo hacerles una oferta por la totalidad. 

    De esta manera, los responsables de la startup remataban su búsqueda de capital de una tacada. Por otra parte, nuestra empresa tenía un departamento financiero muy potente. Las primeras conversaciones demostraron que había feeling. Era una inversión no relacionada con nuestro negocio, pero en la que las dos partes hablaban el mismo lenguaje. El asunto no salió, por una razón muy respetable. Los que lanzaban el negocio pensaron que, dependiendo de un solo accionista cerraban la ronda de búsqueda de financiación con una sola gestión, pero perdían su autonomía, que mantenían si había muchos accionistas. 

    Siguieron su camino con mucho éxito y 38 años más tarde han vendido aquel negociete, que se convirtió en negocio en el mejor sentido de la palabra. Lo vendieron bien vendido y me invitaron a comer en agradecimiento por aquello que hice en 1981. Creo que hubiera sido una buena diversificación, porque:

    1. No estaba relacionada con nuestro negocio.
    2. Sin embargo, nosotros sabíamos de aquello.
    3. Teníamos personas que hubieran conectado bien con los emprendedores.
    4. Sin mezclar su negocio con el nuestro, podíamos haber hecho una unidad autónoma realmente importante.

    Pasaron los años. Tuve un ingreso un poco importante, y, siguiendo la filosofía de mi mujer («todo debajo del colchón») distribuí lo cobrado en a) disponible; b) acciones de empresas españolas de las que me fiaba porque suenan bastante o porque conocía a los que las dirigían; c) convencido por mi bancario, puse una cantidad aceptable en un Fondo europeo que no entendí bien, pero que me aseguraron que era una bomba, aunque no podía disponer de él me parece que en 3 años.

    El a) cumplió con su misión: tener dinero cash cuando hizo falta. El b) me proporcionó plusvalías y dividendos…Respecto al c), a su vencimiento recibí una carta del director de la oficina con la que trabajaba, informándome de que en los 3 años, el Fondo me había proporcionado una rentabilidad del 0,0135 %. El director, en el colmo del optimismo, me ofrecía invertir en otro Fondo, tan europeo como el primero, oferta que, amablemente, rechacé, porque, en lo que se refiere a repeticiones de errores,  las menos posibles.

    Diversificación. Como todo, repito, con prudencia y sensatez.

    Acabamos el desayuno. Guardamos las servilletas. Los de las mesas vecinas las guardan también. Cuando vamos a salir, mi amigo me dice: «¿qué te parece invertir en el extranjero?»

    Dice las palabras ‘en el extranjero’ en voz baja, como si hablara de sacar bolsas de basura llenas de billetes de 500 euros. Pero le contesto en voz alta, porque es algo perfectamente legal, si se hace normal. Mi inversión en el Fondo europeo fue «en el extranjero». 

    Mi amigo acaba de descubrir la «Diversificación global». No se lo digo, porque le conozco bien y sé que le puede dar por presumir.

    Sería inaguantable.

     

    Categoría: Leopoldo Abadía

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