Por Leopoldo Abadía
De repente, llegó. No se sabe cómo. Hace cuatro días estábamos en la flor de la juventud. Pero algo ha pasado, y nos hemos ido a casa, con la jubilación en el bolsillo, sin nada que hacer.
Habrá que pensar algo, porque aquello de que no haré NADA cuando llegue la jubilación (me lo dijo un amigo hace poco) se está revelando como aburrido. Si me apuras un poco, inaguantable. Y lo de ir a buscar el pan, y llevar a los nietos al colegio y luego ir a buscarlos, no me llena. Algo habrá que hacer.
Eso es una parte importante de la jubilación. Pero hay más. Porque pienso que en la jubilación no está incluido que me sobre dinero. Ahora me entero de que nuestro sistema de pensiones está basado en que los jóvenes pagan la pensión de los mayores. Y hay pocos jóvenes, y sus sueldos no son altos y hay mucho mayor y la cosa se descompensa. Y fiarlo todo a la inmigración me da no sé qué.
Dos partes en este soliloquio. Una, referida a qué hacer. Otra, referente al dinero. Las dos, importantes. Las dos se complementan. Y puede ocurrir que tengamos la idea de que hemos llegado tarde. No se nos ocurrió. Éramos jóvenes.
Hablemos de dinero en la jubilación. Hace muchos años, en una empresa montada por unos cuantos chicos jóvenes que trabajaban mucho, se divertían más y pensaban que serían jóvenes siempre, uno de ellos convocó una reunión. El mensaje fue muy claro: estamos aquí ‘a lo legionario’. No nos preocupa nada el futuro. Pero LLEGARÁ. Y cuando llegue, quizá no nos bastará con la pensión pública. Lo dijo tan serio que cuando añadió que había que hacer algo, todos dijimos que ‘¡por supuesto!’, como si se nos hubiera ocurrido a cada uno de nosotros.
¡Por supuesto!
Hablemos del ‘algo’. Hablemos del plan de pensiones y del plan de jubilación, recordando previamente lo que todos sabemos, pero que se nos olvida con frecuencia: que hay que pagar impuestos. O sea, que elegiremos una cosa u otra, pero algo habrá que pagar, porque, como ha escrito una niña en un examen que le ha puesto una profesora amiga mía, «Hacienda es inmortal».
Plan de pensiones.
Ahorro-inversión dirigido a cubrir unas contingencias determinadas. De ahí su falta de liquidez. La principal contingencia, por llamarle de algún modo, es la jubilación. Hay otras contingencias que permiten un rescate anticipado: incapacidad profesional, desempleo de larga duración, enfermedad grave, fallecimiento (en favor de los beneficiarios o los herederos legales), etc. Pero la idea fundamental es no tocarlo, para que cumpla perfectamente con su fin: generar un ahorro del que disponer en la jubilación para complementar la pensión pública
Un plan de pensiones invierte en mercados financieros de más o menos riesgo, o sea, de más o menos rentabilidad, si las cosas van bien.
A un chaval que está empezando su vida laboral, le puede convenir empezar por un plan de pensiones un poco ‘arriesgado’, porque, a su edad, uno puede permitirse ciertos riesgos.
Plan de jubilación.
Como un plan de pensiones, pero basado en un seguro. Se paga una prima periódica y se asegura una determinada rentabilidad.
Ya se ve que es un producto de ahorro más conservador.
Se puede rescatar en cualquier momento.
En cualquier caso, recomendaciones para uno de los dos planes o para los dos:
- Empezar lo antes posible, cuando la jubilación se entrevé como algo futuro y nebuloso.
- No desestimar el ahorro de pequeñas cantidades en momentos en los que no nos vayan bien las cosas y podamos tener la tentación de no ahorrar en ese momento.
- Realizar un seguimiento periódico. Ver qué están haciendo con nuestros ahorros. Esto es importante. No podemos olvidar que estamos ‘jugando’ con nuestra vejez, que está ahí, a la vuelta de la esquina, aunque el espejo nos diga lo contrario.
- No olvidar que el objetivo es ‘tranquilidad en la vejez’. Por eso, lo más conveniente es elegir un plan más difícil de rescatar antes de su vencimiento.
P.D.
Prácticamente, solo he hablado de lo económico y he dejado aparte lo ‘otro’, o sea, lo que hay que hacer para llenar las horas de un trabajo ‘productivo’.
‘Productivo’. En el prólogo que escribí para el libro «100 planes que deberías hacer a partir de los 60», sugería tres cosas ‘obligatorias’:
- Una dedicada a la mejora de uno mismo como persona.
- Otra dedicada con prudencia al mantenimiento físico. Repito: con prudencia.
- La tercera, muy importante, una actividad que ayude a los demás.
Esto, unido a lo económico, puede ayudarnos a -sigo copiando- «empezar una vida ilusionante, que te ilusione a ti y que haga que tus hijos, tus nietos y tus amigos piensen que desde que mamá y/o papá se hicieron mayores, cada vez se está mejor con ellos».
Ilusionante. Apasionante.
Como me decía hace poco mi amigo de San Quirico: «esto de la jubilación me empieza a gustar».