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    El Director General en tiempos de incertidumbre, por Leopoldo Abadía

    Aizkibel Rojo | marzo 31, 2020 | 0

    Leopoldo Abadía

     

    Por Leopoldo Abadía 

     

     

    Nunca habíamos estado así. Las pandemias eran cosa de otros siglos. Nos hablaban de la peste, de la ‘gripe española’, de cosas lejanas en el tiempo o en la geografía. África sufrió el ébola hace no muchos años, pero era África, el ‘continente olvidado’…

    Y, de repente, el coronavirus en casa. Nos coge muy ocupados. Tenemos mucho trabajo. El dinero corre. Nos preocupa saber dónde invertimos  nuestros ahorros, muchos o pocos. Nos admiramos de que el Día del Ahorro caiga unos días antes del Black Friday y de las Navidades. Y gastamos, y hablamos de recuperar la austeridad que tuvimos -por necesidad- en otros tiempos. Y damos recomendaciones basadas en que la economía funciona, en que la vida funciona.

    …Y deja de funcionar. Totalmente. En primer lugar, porque hay que quedarse en casa. Todos. No se pueden tener reuniones ‘físicas’. Hay que reunirse on line. No se puede ir a comprar. No se puede ir a vender. Las cuentas de resultados se desmoronan, porque cuando las ventas se reducen a cero, y el margen bruto se reduce a cero y ese margen bruto tiene que servir para pagar todo, se para esa empresa y los que le vendían a esa empresa se paran y se paran también los que compraban a esa empresa.

    Parón total. Duración, indeterminada. Desconcierto brutal. Miedo. Las noticias, terribles. Las predicciones, inútiles. El gobierno, sobrepasado. La sociedad, sobrepasada.

    Pero.

    El ‘pero’ se produce porque hay algo que no se puede olvidar: la persona. La persona que fue capaz de hacer lo que ahora añoramos, capaz de crear tantos puestos de trabajo, de hacer mover la economía, esa sigue ahí. Ha recibido un golpe tremendo, inesperado, pero no está KO. Está grogui, que es distinto. El DRAE lo define como «atontado por el cansancio o por otras causas físicas o emocionales», mientras que el KO te deja fuera de combate definitivamente.

    Tres conceptos: atontado, fuera de combate, definitivamente. Y uno que impregna todo: incertidumbre.

    Estamos atontados. No fuera de combate, porque el combate empieza ahora. No definitivamente, por lo mismo.

    El combate empieza por el enemigo, utilizando todas las medidas que se están tomando. Confinamiento general. Impresiona ver las calles vacías. Impresiona ver andar al Papa por una plaza de San Pedro desierta. Impresiona verle entrar en la basílica. No hay nadie.

    En el combate, el segundo asalto, simultáneo con el anterior, es nuestro. Este es importante. Más aún, fundamental. 

    Me encuentro con un abogado, amigo mío. Tiene un despacho pequeño, un despacho ‘boutique’. Los que trabajan allí, desperdigados, teletrabajando.

    A las 9 en punto, dos mensajes del Presidente, del Jefe, como le llama su gente. 

    Primero, lista de 4 o 5 cosas buenas que han sucedido en el mundo. Pongo cara de sorpresa. Me dice que sí, que hoy están sucediendo cosas buenas. Que no todo es el parón, que no todo es la pandemia, que hay cosas buenas. Me habla de una empresa feliz en tiempos de crisis, a base de gestionar cobros  y facturas electrónicas; de una ayuda a los alquileres por parte del ministerio de Economía; de una empresa que abre un concurso de talento emergente; de que en plena crisis, cuando todo se hunde, nos damos cuenta de que «el individualismo imperante no es la solución». Me ‘amenaza’ con darme más ejemplos. Se lo agradezco, pero ya tengo bastante.

    Después, lista de cosas buenas que han sucedido en el despacho. 

    Y a trabajar, conectándose cuando haga falta. Y a buscar cosas buenas de fuera y a hacer cosas buenas por dentro.

    Se trata de no parar, de hablar con los clientes, de ‘normalizar’ lo anormal, de no perder tiempo quejándose, de cuidar al equipo, primero ‘porque sí’, porque eso es lo que hay que hacer siempre. Después, porque en el momento en que esto se vaya arreglando, a la empresa le debe coger ‘en marcha’.

    Alguna vez oí aquello de que hay que venir de casa ‘motivado’. Sí, pero ahora, el máximo responsable tiene que cuidar a su gente y dedicar tiempo  a la motivación individual, porque estar confinado, y, a la vez, tener que trabajar mucho, y no saber qué repercusión económica en su bolsillo tendrá esto y oír continuamente  malas noticias y no desmoralizarse, exige mucho.

    Es la hora de la dirección general, llámese presidente, CEO o como quieran llamarle. 

    Camino cuesta arriba, sin datos sobre el futuro, con amenaza seria para la salud física y la salud mental de las personas que trabajan en la empresa y, peor aún, de sus familias.

    El examen es duro, pero hay que sacar sobresaliente. Aquí y ahora no basta con «progresar adecuadamente».

     

    Categoría: Leopoldo Abadía

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