Por Leopoldo Abadía
Todo a la vez. El mes de Diciembre es el final apoteósico del año. No falta nada. El Black Friday ha quedado lejos. Después hemos tenido el puente de la Inmaculada, las cenas de empresa, hoy empieza el puente de Navidad, luego Nochevieja, Año Nuevo, Reyes…
¡Y yo diciendo que hay que ahorrar! Menos mal que mucha gente no lee lo que digo. Ayer desayuné con un amigo en un bar. Se acercó un señor desconocido para decirme que estaba totalmente de acuerdo con lo que yo escribía. Por si acaso, no le pregunté si leía también lo que escribo para Finanbest.
Como estos días se prestan para pensar, ayer pensé. Y se me ocurrió que precisamente estos días son los adecuados para mirarse al espejo y preguntarse si estoy gastando con la cabeza. Si no someto a mi familia a un gasto exagerado o a un ahorro también exagerado. Si no hago tonterías, tanto hacia un lado (‘¡a gastar todo!’) como hacia el otro (‘¡a no gastar nada!’).
El DRAE dice que la prudencia «consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo para seguirlo o huir de ello». Yo, a un nivel más bajo que la Real Academia, siempre he pensado que la prudencia es no pasarse por audaz ni por cobardica.
Aquí estamos. Normalmente, con la paga de Navidad y la de Diciembre, casi juntas. Digo ‘normalmente’ porque, ‘anormalmente’, puede ocurrir que nos haya tocado un premio en la lotería de Navidad y tengamos un extra con el que no contábamos. Y, junto con el extra, una legión de empleados de banco que, según he oído, acuden con el sano propósito de que ingreses tus dineros en una cuenta de algún tipo que te estaba esperando desde hace meses, aunque tú no lo sabías. Y que, por cierto, tiene solo ventajas y ni un solo inconveniente.
Prudencia. Una de las cuatro virtudes cardinales, junto con la justicia, fortaleza y templanza.
No se trata de largar sermones a nuestros hijos, porque ellos están esperando algo y no se les puede cambiar el ‘algo’ por un sermón sobre las excelencias de las virtudes.
Pero sí se trata de echar gracia y pillería para que los regalos de Navidad y/o de Reyes tengan muy buena apariencia y, en realidad, tampoco sean gran cosa. Recuerdo cuando los Reyes, en mi casa, ponían sus regalos encima de las cajas correspondientes y con unas cuantas cintas de colorines. Todo junto, salía un regalo voluminoso que entusiasmaba al chaval. Cuando entrábamos en la habitación y veíamos todos los regalos, aquello daba la sensación de que la familia Onassis se había desmelenado.
Lo de gastar con la cabeza es una enseñanza buena, muy buena, que podemos dejar a nuestros hijos.
En este momento sufro un ataque de optimismo desbocado. Porque pienso que igual nuestros gobernantes podían tomar nota de lo del gastar con la cabeza y, en vez de tratarnos como niños pequeños (‘te daré esto y esto y esto’), pensar que somos personas mayores, que al ‘te daré’ preguntan siempre cuánto costará y de dónde sacaremos el dinero.
P.S.
Un artículo con la fecha de 24 de Diciembre exige acabarlo con un deseo de felicidad en esta fechas, de todo corazón.
Pues eso, ¡MUY FELICES NAVIDADES!
De todo corazón.