Por Leopoldo Abadía
Hace años, como íbamos teniendo hijos, a mi mujer y a mí nos pareció oportuno abrirles unas libretas de ahorro. Se decía así: «abrir una libreta». No sé si ahora se utiliza la misma frase.
Abrimos las libretas y fuimos poniendo dinero -poco- mensualmente en cada una. Una vez al año se celebra el Día del Ahorro. Ese día poníamos un poco más. Como los chavales eran pequeños, no les dábamos muchas explicaciones. Pensábamos que, cuando fueran mayores, se encontrarían con unos ahorrillos y les haría ilusión.
Como siempre, me meto en Internet y copio:
«El ahorro es destinar una parte de nuestros ingresos para usarlos en planes futuros. En términos económicos, es la parte del ingreso que no destinamos al consumo, sino a otros fines.
Con seguridad, todos tenemos sueños de tener un móvil, una moto, un coche, una casa o cualquier otra cosa y no podemos adquirirlo con nuestro salario o de manera inmediata. Es por ello que vamos guardando alguna cantidad quincenal o mensual para posteriormente utilizarlo en lo que queremos o necesitamos.
El hábito de ahorrar nos sirve para solventar dificultades económicas, emergencias imprevistas o para materializar algún sueño sin necesidad de adquirir una deuda».
El Día del Ahorro se llama ahora «Día Mundial del Ahorro» y se celebra en fecha fija: el 31 de Octubre. O sea, lo hemos celebrado 29 días antes del Black Friday, ese momento en que nos lanzamos a la vorágine del gasto y en el que no gastamos más porque no podemos. Y, además, nos animan a que gastemos, por aquello de estimular el consumo y que suba el PIB y podamos leer que hay «menos nubarrones en la economía» y que «los datos alejan los malos augurios y vaticinan un crecimiento moderado para 2020».
Sigo copiando cosas que suenan a antiguas, a algo rancio: «¿Ahorras una parte de tus ingresos?, ¿lo haces en alguna Institución Financiera o debajo del colchón?, ¿estás preocupado por que tu economía sea estable en el futuro?»
Ya he copiado lo suficiente. No he dicho que el Día Mundial del Ahorro ha quedado oscurecido -nadie habla de él- por el Black Friday -todos hablan de él- y por las compras navideñas -todos hablan de ellas-.
No soy un buen ejemplo. Porque, cuando en las libretas de mis hijos, sumadas, había una cantidad apreciable, tuvimos una necesidad apremiante -no fue la única vez-, sacamos el dinero de las libretas -solo tenía firma yo- y nos lo gastamos.
En comer. En pagar los colegios. En pagar la hipoteca.
Menos mal que habíamos ahorrado.